Escribí este cuento hace unos años y estaba disponible en este espacio mediante una liga, pero como ha cambiado la forma de los vínculos públicos de Dropbox decidí pasarlo directamente a una entrada, al tiempo que lo corregí en redacción. Contiene elementos folklóricos de la cultura japonesa, mismos con los que me permití la libertad de adaptarlos un poco para esta historia.
Kitsune (きつね)
Inari es el dios del arroz, el regalo que los seres humanos requieren para su alimentación y su supervivencia. Con el arroz los humanos crecen y prosperan, obtienen su energía y construyen su civilización. Los humanos agradecen este regalo venerando a Inari en sus templos.
Sin embargo, Inari no siente aprecio hacia los hombres. Hay algo en ellos que le despierta una gran envidia. Por otra parte, el dios no puede destruir a la humanidad después de haber creado el arroz ya que eso sería una incongruencia. Por esa razón tiene decidido que si no debe matarlos, entonces los hará sufrir.
Para esta empresa Inari busca en las montañas sagradas a los seres que utiliza para tal propósito. En estas tierras el zorro, esta cánida y hermosa criatura, es conocido como Kitsune. Es bien sabido que el Kitsune es un ser de gran sabiduría, con un buen sentido del humor y de la bondad, aunque bastante tímido. Este ser vive en paz cazando, descansando y meditando. Sin embargo, es un hecho frecuente que Inari busque a estas criaturas para sacarlas de la montaña y hacerlas sus esclavas. El dios busca particularmente Kitsune hembras. Cuando encuentra una, la toma y se la lleva a algún bosque cercano a las aldeas de los humanos. Una vez ahí utiliza su magia para dar a la Kitsune el don del habla y una apariencia humana; la de una hermosa y joven mujer. Después le encomienda a su esclava su infame misión; debe ir a la aldea, integrarse a la comunidad y escoger un hombre al cual deberá enamorar para luego irse a vivir con él.
Es válido preguntar, ¿qué tiene de malo esto? Inari conoce bien la forma de ser de los humanos que habitan estas islas. La Kitsune mantiene su apariencia humana mientras está despierta en el día, pero al quedar dormida en la noche recupera su forma de zorro. En alguna noche, el dios provocará el despertar del hombre que ha desposado a la Kitsune, quien observará la forma verdadera de ella. Primero, el hombre se llevará un susto, lo cual la desperará. La Kitsune a su vez no volverá a su apariencia humana ya que esto sólo ocurre si despierta cuando hay luz de día. Ella le hablará diciendo que sigue siendo la misma, deconcertándolo aun más. Después, y al recuperarse del susto, él se dará cuenta de que ha sido engañado, y como entre los hombres de las islas esto se considera una humillación y un deshonor, con ira y desprecio echará a la Kitsune de su casa y de su vida. Al final, Inari la recogerá, le dará una nueva apariencia humana y la llevará a otra aldea en donde deberá buscar otro hombre a quien engañar.
Los hombres no son los únicos que sufren por esta trampa del dios Inari. Las propias Kitsune se van llenado de humillación y depresión, particularmente si se han enamorado en forma genuina de alguno de los hombres a los que se ven forzadas a engañar. Muchas de ellas llegan a morir de la tristeza y del dolor. Pero esto al dios no le importa. Si una Kitsune muere, Inari simplemente regresa a las montañas a buscar otra que la reemplace.
En una ocasión, este ciclo de infamia fue roto por aquello que Inari envidia en los humanos. Una de sus Kitsune fue a una aldea a cumplir con la misión y encontró a un hombre. Este ya no tenía una edad joven, pero tampoco era viejo. Se trataba de un maestro que enseñaba en esa aldea. Él era sabio pero solitario. La Kitsune decidió que ese era el hombre con el que iba a cumplir su cometido y se presentó ante él. El maestro quedó sorprendido de que una hermosa y joven mujer se le hubiera aparecido en el camino, y le sorprendió aún más el hecho de que quisiera conocerle. No es que fuera mal parecido, pero estaba tan ocupado en su labor que rara vez tenía la oportunidad de entablar un contacto directo con una persona que no fuera un discípulo suyo. Aun así el maestro aceptó que se conocieran.
Al pasar unos días la Kitsune logró su objetivo; el maestro se enamoró de ella. De igual forma, y como solía ocurrir en otros casos, ella se enamoró de él en forma genuina y sincera. Compartieron el cariño que se profesaban entre sí y la sabiduría que ambos poseían. Después de una ceremonia sencilla en la aldea, ellos se convirtieron en marido y mujer. En los días que siguieron, ella fue una esposa amorosa y él un esposo tierno, comprensivo y honorable. Fueron tiempos de dicha y felicidad para ambos, hasta la llegada del día en que Inari decidió que era el momento de ponerles fin.
Esa noche el maestro y la Kitsune dormían uno junto a la otra. Inari se asomó por la ventana y con su magia despertó al maestro. Este, después de abrir los ojos, giró su cabeza hacia donde estaba su mujer y vio un zorro en su lugar. El maestro se sorprendió y extrañó aunque no se asustó. En vez de gritar, tocó ligeramente al zorro para despertarlo. La Kitsune despertó dulcemente y miró a su marido quien tenía los ojos muy abiertos mostrando una expresión de gran asombro. Ella no entendió esta mirada por un momento hasta que vio que tenía patas en lugar de sus manos. Al darse cuenta de que estaba en su forma original, la Kitsune vio venir lo que inevitablemente iba a suceder y se llenó de dolor. Las lágrimas corrían por su rostro vulpino mientras le decía a su marido que seguía siendo ella misma. Al escuchar que el zorro hablaba y que tenía la voz de su mujer, el maestro volvió a sorprenderse quedando inmóvil y sin palabras. Ante esto la Kitsune le ofreció a su esposo, con gran pesar y bondad a la vez, irse por sí misma de su casa para que al menos la gente de la aldea no se enterara del incidente y conservar así su honor. El maestro se levantó del futón, caminó hacia la puerta y la abrió al tiempo que le dijo; ―si es lo que tienes que hacer lo aceptaré pero con una condición, que me escuches antes de marcharte. El maestro le dijo a la kitsune que si ella tenía que irse, la dejaría, pero que antes quería que supiera que siempre la amaría con todo su corazón, que estaba agradecido con ella por los momentos de felicidad vividos juntos, que a él no le importaba la apariencia que tuviera y finalmente, que las puertas de su casa y de su corazón siempre estarían abiertas por si ella quisiera regresar con él, sin importar que fuera en forma de mujer o de zorro. Ella quedó sorprendida por lo que acababa de escuchar, tanto que sólo pudo decir entre sollozos que también lo amaba.
Fue entonces cuando entró por la puerta abierta una luz resplandeciente que fue tomando forma humana. Era Inari en persona y se encontraba muy enojado. Vio al maestro con con una mirada en la que había una extraña mezcla de desprecio y respeto, al tiempo que les dijo: ―Yo hago esto por celos; tengo el poder para destruirlos a ambos pero no para destruir la fuerza que ahora los une, porque aun si los matara, el amor los seguiría uniendo más allá de la muerte; los dioses no podemos amar pero los humanos sí pueden hacerlo; ustedes sí pueden tener este poder que es el más grande que existe; yo hago esto por envidia. Inari dirigió su mirada hacia la Kitsune y le dijo: ―Quedas libre.
Una luz intensa llenó la casa por unos momentos para irse después. En ese momento el maestro se dio cuenta de que el dios ya no estaba y que la Kitsune estaba acostada en el suelo, ahora con forma humana. Él se sentó en el suelo y se acercó a su mujer. Ella giró y al ver que su marido le sonreía se sorprendió un poco. Después recordó todo lo ocurrido y se miró las manos, sus manos humanas. Ella preguntó, ―¿puedo quedarme? Él le contestó, ―si tú lo quieres. Ella asintió con una sonrisa.
El maestro y su mujer regresaron al futón a dormir. Llegada la mañana despertaron juntos, tranquilos y felices como lo habrían de hacer muchas mañanas más.
Rodrigo Martínez M.
Zapopan, Jalisco, septiembre de 2013.
Re-escrito y corregido en junio 2017.
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